by Stephen ZunesJuly 10, 2019
Una poderosa insurrección civil por la democracia en Sudán que ha derrocado a un dictador que ha permanecido por mucho tiempo en el poder, y con el sucesor aún en proceso de designación los sudaneses están esperanzados de obtener una completa transición a la democracia.
Las manifestaciones comenzaron en diciembre del año pasado, inicialmente enfocadas en el deterioro de la situación económica, pero pronto escalaron a demandar que el autoritario Presidente Omar al-Bashir —quien había gobernado el país por casi tres décadas— abandonase el poder y se restaurara la democracia. Para el mes de enero las protestas se habían extendido a la capital, Jartum, ganando el apoyo de movimientos de jóvenes y mujeres, así como de un gran número de partidos de oposición. Durante la tercera semana de febrero, el gobierno declaró el estado de emergencia, incrementando los arrestos de opositores y censurando la cobertura de la prensa hacia el movimiento. A pesar de la creciente represión, así como de una reorganización del gabinete para apaciguar a la oposición, las protestas continuaron.
El 6 de abril, la Asociación de Profesionales Sudaneses lideró una marcha de miles de personas hacia los cuarteles generales del Ejército y comenzó allí un plantón demandado la renuncia de al-Bashir y el regreso del gobierno civil democrático. A pesar de la cantidad de manifestantes que habían sido asesinados durante los meses previos, el movimiento estaba en claro crecimiento. Menos de una semana más tarde, el 11 de abril, los militares sacaron a Omar al-Bashir de su puesto, y posteriormente lo pusieron bajo arresto. El General Awad Ibn Auf, quien se había desempeñado como Ministro de Defensa de al-Bashir y ahora encabezaba el consejo militar transicional en Sudán, se autoproclamó presidente interino, anunció la liberación de algunos presos políticos, declaró un estado de emergencia (incluyendo el toque de queda desde el anochecer hasta el amanecer), y prometió elecciones en dos años.
Los manifestantes, rechazando la continuidad del gobierno militar, y el retraso tan largo de las elecciones democráticas, desafiaron el toque de queda y demandaron la transición inmediata a un gobierno civil y elecciones adelantadas. Menos de 30 horas después, Ibn Auf renunció y fue sucedido por el Teniente General Abdel Fattah Abdelrahman Burhan, quien —a diferencia de Ibn Auf— no estaba implicado en crímenes de guerra ni estaba tan cercanamente asociado con el gobierno represivo de al-Bashir. El toque de queda fue levantado, una cantidad adicional de presos políticos fueron liberados, y algunos de los más notorios líderes militares, de la policía y de los servicios de inteligencia, así como los fiscales más prominentes, fueron expulsados de sus puestos. Un intento a medias por parte del ejército de dispersar el plantón, ejecutado el 1ro de abril, fracasó. Las conversaciones entre los líderes por la democracia y el gobierno interino continúan, con un número de importantes concesiones relacionadas con la prohibición de nombrar a miembros del partido de al-Bashir en el gobierno interino, e incluir a líderes democráticos, aunque muchos de los detalles continúan siendo negociados mientras escribimos este artículo y las demandas por un gobierno de transición liderado por civiles continúan en pie.
Esta no es la primera vez que el pueblo de Sudán se levanta en una insurrección por la democracia mayormente noviolenta contra un régimen dictatorial. En 1964, cuando el país estaba gobernado por el dictador militar Ibrahim Abboud, grandes protestas se fusionaron con una paralizante huelga general que forzó su salida del poder. Una serie de inestables coaliciones civiles gobernaron el país hasta un golpe militar en 1969 liderado por Jafaar Nimeiry, pero su gobierno represivo fue terminado durante la primavera de 1985, cuando dos semanas de manifestaciones mayormente noviolentas y una huelga general condujeron a su deposición por parte de los militares. Las protestas continuaron hasta que el ejército acordó ceder el poder a un gobierno civil interino, y permitió la celebración de elecciones democráticas.
Las divisiones dentro del gobierno de coalición de base amplia la hicieron vulnerable a presiones de los líderes militares e islamistas de extrema derecha, quienes, liderados por al-Bashir, asumieron el poder en 1989. En los años subsecuentes, el régimen diezmó a la sociedad civil sudanesa, incluyendo al anteriormente vibrante movimiento sindical, e impuso un sistema islámico ultraconservador respaldado por un brutal estado policial. A pesar de la severidad de la represión, una serie de levantamientos abortados y masivas protestas sacudieron al país, más significativamente en 1998, 2011, 2012, y 2016. Una coalición por la democracia conocida como Girifna (“Estamos hartos” en árabe) persistió a pesar de que muchos de sus líderes fueron arrestados o asesinados.
El levantamiento en Sudán desafía una serie de mitos prevalecientes entre mucha gente en Occidente con relación a las insurrecciones civiles desarmadas.
Sudán ha estado generalmente clasificado entre los regímenes más sangrientos, violentos y totalitarios del mundo. Al-Bashir ha sido acusado ante la Corte Penal Internacional de múltiples cargos de genocidio, crímenes contra la humanidad y otros crímenes de guerra, así como otros altos oficiales de su ejército también han sido implicados en estos crímenes. Los activistas por la democracia han sido abatidos a tiros en repetidas ocasiones en las calles de Jartum y otras ciudades, y sin embargo las protestas han continuado. Además de esto, a diferencia de los levantamientos de 2011 en Túnez y Egipto, en los cuales los grandes movimientos incluyeron también motines, incendios y confrontaciones violentas con las fuerzas de seguridad, los manifestantes en la capital sudanesa han tomado la elección consciente de permanecer noviolentos.
Sudán es uno de los países más pobres del mundo, situación exacerbada por los actuales conflictos armados, la corrupción rampante, la sequía y —a pesar de ser el país más grande de África— una falta de transporte adecuado y de infraestructura básica. Tanto el nivel de alfabetización como de acceso a Internet se encuentran entre los más bajos del mundo árabe, con apenas la mitad de la población adulta capaz de leer y escribir. El país se ubica cerca del final de la lista del Índice de Desarrollo Humano. A pesar de esto, cientos de miles de personas se han movilizado a través del país.
Sudán ha sufrido de conflictos violentos internos y guerras civiles durante la mayor parte del período desde que ganó su independencia en 1956. La guerra librada por los separatistas en el sur condujo a la independencia de esa región en 2011, pero los combates continúan en ambos lados de la nueva frontera. La guerra en la región de Darfur en el oeste, la cual ha incluido actos de genocidio contra la población Fur, continúa. El gobierno militar, encabezado por los árabes, ha discriminado a otras minorías, incluyendo a los beja, nuba, y fallata. Sin embargo, todos los principales grupos étnicos han estado participando en el levantamiento. Además de las protestas en la capital, Jartum, se han llevado a cabo manifestaciones masivas en ciudades del noreste como Atbara (donde comenzó el levantamiento) y Puerto Sudán, en la ciudad de El-Gadarif en el sureste, hasta la ciudad de Al-Fashir, la capital de Darfur, en el oeste.
Esto subraya que tanto el deseo de libertad política como la estrategia de emplear resistencia civil noviolenta para obtenerla no están restringidos al nivel de desarrollo de una nación, de su estabilidad política, de su estructura de gobierno, o de sus particulares tradiciones étnicas, culturales y religiosas. La voluntad de los manifestantes sudaneses de mantener una estricta disciplina noviolenta, mucho mayor que en muchas luchas por la democracia en países más “desarrollados”, resulta también un importante recordatorio de que la apreciación de la importancia estratégica de la acción noviolenta está muy lejos de ser una construcción primariamente Occidental.
A diferencia de muchos en la lucha por la democracia en Egipto, a principios de esta década, quienes ingenuamente confiaron en que el ejército sería un aliado, los sudaneses se mantienen firmes en demandar un gobierno civil y un mínimo rol político para las fuerzas armadas del país. Rehusarse a ser aplacados por las significativas demandas que el gobierno de transición está ofreciendo, y demandar que ellos también se retiren del poder, es una estrategia de alto riesgo y alta recompensa. El liderazgo del ejército sudanés ha demostrado en el pasado su voluntad de ordenar masacres en gran escala. Sin embargo, la fuerzas por la democracia están esperanzadas en que —incluso si esas órdenes son impartidas— los soldados ordinarios y una generación más joven y emergente de oficiales de nivel medio, más moderados, rehusarían llevarlas a cabo.
Con miles de sudaneses todavía en las calles al publicarse este escrito, el movimiento por la democracia parece creer que tiene la combinación ganadora de su lado.
Esta entrada de blog también está disponible en inglés:
"How Sudan’s Pro-Democracy Uprising Challenges Prevailing Myths about Civil Resistance"
El Dr. Stephen Zunes es Profesor de Política y Estudios Internacionales en la Universidad de San Francisco, donde se desempeña como coordinador del Programa de Estudios del Medio Oriente. Ejerce como analista político principal de Foreign Policy in Focus en el Institute for Policy Studies, es editor asociado de Peace Review, editor contribuyente de Tikkun, y durante siete años se desempeñó como primer director del comité académico asesor del International Center for Nonviolent Conflict, ICNC.
Dr. Stephen Zunes is a Professor of Politics and International Studies at the University of San Francisco. He serves as a senior policy analyst for Foreign Policy in Focus at the Institute for Policy Studies, an associate editor of Peace Review, a contributing editor of Tikkun, and served for seven years as the first chair of ICNC’s academic advisory committee.
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