by María Gabriela Mata CarnevaliJune 16, 2020
Esta es una traducción al español del artículo de María Gabriela Mata Carnevali, "A Civil Resistance Awakening in Latin America?" publicado el 11 de marzo de 2020 (enlace). Traducio por María Gabriela Mata Carnevali.
2019 resultó ser un año muy movido para las sociedades del mundo que decidieron escribir nuevas páginas de resistencia civil. Las acciones no violentas en demanda de derechos, justicia y libertad fueron increíblemente diversas, enérgicas e inspiradoras en América Latina, donde el despertar popular sacudió regímenes y cambió gobiernos capturando la atención mundial.
Este espíritu reivindicativo se proyecta, sin duda, en el 2020. Un estudio comparado de los casos de Venezuela, Nicaragua, Puerto Rico, Ecuador, Chile, Colombia y Bolivia revela las diversas causas y dinámicas que tienen a la región en movimiento.
En Venezuela y Nicaragua hace rato que «nada está normal», a pesar de lo que quieren hacer ver sus gobiernos autocráticos.
En enero de 2019 en Caracas, capital de Venezuela, emergió un nuevo liderazgo opositor de las filas del partido Voluntad Popular, potenciando las esperanzas de cambio. Multitudinarias protestas contra el régimen narco terrorista de Maduro coparon las calles inspiradas en la fuerza de Juan Guaidó, quien, en su calidad de Presidente de la Asamblea Nacional, asumió la presidencia interina y prometió el cese de la usurpación, gobierno de transición y elecciones libres y transparentes, interpretando los deseos de la gran mayoría, que aún hoy desconoce el resultado de las elecciones de mayo del 2018.
Dos meses después, cruzando el Caribe, Managua deviene el centro de atención, con Nicaragua teniendo que hacer frente a la peor crisis política en décadas. Con miles de exiliados y millones de dólares en pérdidas económicas, los nicaragüenses se lanzaron en una nueva revuelta contra la dictadura de Daniel Ortega, atornillado al poder desde los años ochenta. Si bien el detonante fue una controversial reforma a la seguridad social, muy pronto la gente pasó a exigir un cambio de régimen, aspiración que se mantiene en 2020.
De modo similar a lo acontecido en Venezuela en 2017, Ortega y sus colaboradores buscaron deslegitimar las protestas atacando al movimiento estudiantil. Hicieron una burla de sus métodos de lucha, entre los cuales destacaba el cierre de calles o “guarimbas,” así denominadas por considerarlas poco más que un juego de niños.
En un calco de obstinación y apego al poder Ortega y Maduro adoptaron tácticas dilatorias mientras subían el volumen a la represión, a pesar del creciente repudio internacional, lo que algunos analistas interpretan como un fracaso del multilateralismo para frenar el retroceso de la democracia en la región. Sin duda, entre las instituciones más golpeadas por la crítica está la OEA liderada por Almagro.
Pero, las similitudes con el caso venezolano no se quedan allí. Importante resaltar el papel de la Iglesia católica que, junto a la sociedad civil organizada y la tutela del Vaticano, se erigió en una valiente defensora de los DDHH en ambos escenarios, promoviendo una «paz justa» que no termina de materializarse.
En julio fue el turno de los puertorriqueños quienes, de la mano de Riki Martín, Bad Bunny y otros reconocidos artistas, se pronunciaron contra la corrupción y los prejuicios sociales, levantando sin complejo la bandera de orgullo gay junto a la estrella nacional, haciendo renunciar en pocos días al gobernador Ricardo Roselló por sus indiscreciones en las redes sociales y el mal manejo de los fondos públicos durante la tragedia provocada por el huracán María.
El de Puerto Rico resulta por este motivo un claro ejemplo de la importancia estratégica del respaldo de los artistas a la lucha no violenta.
El último trimestre del año la América Latina volvió a caldearse con históricas protestas en contra de medidas neo-libelares en dos países separados por unos 3.000 km de distancia: Ecuador y Chile.
La rebelión social ecuatoriana comenzó luego de que el gobierno de ese país llegara a un acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI) para obtener créditos por más de US$4.200 millones. A cambio, el presidente Moreno debía lograr reducir el déficit fiscal. Para ello, anunció un plan de austeridad que, entre otras medidas, incluyó la eliminación de los subsidios a los combustibles vigentes en Ecuador desde hace cuatro décadas, lo que provocó un alza en el transporte público y la ira del pueblo, en especial de las minorías étnicas. Los manifestantes se apoderaron en poco tiempo de las calles de varias ciudades del país.
Algo similar sucedería en Chile luego de que el presidente Piñera anunciara un alza de 30 pesos en el precio del metro. Los chilenos iniciaron las famosas «evasiones masivas» y algunas escenas de actos vandálicos dieron la vuelta al mundo en segundos.
Los dos gobiernos cedieron a las demandas populares con resultados dispares.
En Ecuador los grupos indígenas y las autoridades llegaron a un acuerdo para revertir las medidas de austeridad en cuestión de días, comenzando una colaboración sobre cómo combatir el gasto excesivo y afrontar la deuda pública.
Mientras que en Chile las protestas no se aplacaron, sino que continuaron aceitadas por el «socialismo del siglo XXI» y la frustración acumulada por más de treinta años con un sistema que, si bien ha remozado los índices internacionales, no ha podido subsanar las enormes desigualdades. De allí el lema “No son treinta pesos, son treinta años,” con el que los manifestantes asaltaron los medios de comunicación.
Detrás de Ecuador y Chile, vino Colombia, país en el que la población sumó al reclamo por la enorme brecha social, el descontento generalizado por las complicaciones que ha traído la implementación del acuerdo de Paz con la guerrilla. El presidente Iván Duque se ha visto en serios aprietos por pretender asegurar la paz a expensas de la justicia. Sin embargo, no es el único señalado por la crítica. Algunos atribuyen parte de la culpa al ex presidente Uribe.
Entre los detractores de este último se encuentra, por supuesto, Nicolás Maduro, quien a su vez es acusado de manchar con dinero y milicianos las luchas reivindicativas en la región, lo cual no ha sido ni probado ni negado, pero sin duda constituye una muestra fehaciente del desgaste y corrupción de la izquierda latinoamericana.
Ante la mirada atónita del mundo, hacia finales de año, Bolivia se levantó para recuperar su Democracia, arrebatándosela de las manos a un Evo que, ya sin pueblo, se había declarado triunfador de las elecciones del 20 de octubre; unas elecciones para las que según la Constitución no tenía derecho ni siquiera a ser candidato.
A pesar de haber seguido al pie de la letra el guión venezolano, el final sorprende a propios y extraños, con una jugada estratégica de los cuerpos de seguridad del Estado en respaldo de la revuelta popular que obliga a la renuncia y al destierro al deslegitimado líder indígena.
Con Jeanine Añez a la cabeza del gobierno como presidente encargada motorizando la organización de unas elecciones libres y transparentes según los parámetros internacionales, este país multiétnico y pluricultural, parece haber esquivado la vaticinada guerra civil asumiendo sin miedo la construcción de la paz mediante la conciliación de las diferencias.
Más allá de la pausa obligada que impone el coronavirus, es un hecho que la América Latina orgullosamente se inscribe en esta demostración mundial de poder popular con una variedad de causas, desestabilizando y tumbando gobiernos que por años hicieron oídos sordos a las críticas. El manejo de la pandemia se sumará sin duda a las razones para protestar.
Los casos aquí resumidos muestran la importancia de identificar los pilares de apoyo de la resistencia como son la academia, los grupos minoritarios, la Iglesia Católica, las fuerzas de seguridad, los medios de comunicación, los artistas y, claro, los organismos internacionales. Sin embargo, queremos, para finalizar, destacar como cuando los activistas focalizan su atención en la defensa de los DDHH, bandera común a todos ellos, la democracia nunca está demasiado lejos.
Y esto es importante por cuanto, mientras la década sigue su curso, vemos como las ideologías lejos de desaparecer, parecen afianzarse en los imaginarios colectivos de la región polarizando las sociedades. La unidad en torno a causas Justas como los DDHH se convierte entonces en un movimiento estratégico.
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María Gabriela Mata Carnevali
Internationalista de la Universidad Central de Venezuela con master en estudios africanos del Colegio de México. Doctora en Ciencias Sociales. Profesora e investigadora de la UCV en el área de DDHH del Sur global, con gran cantidad de artículos publicados. Alumna y moderadora del Curso en línea del ICNC “People Power: The Strategic Dynamics of Civil Resistance.” Twitter: @mariagab2016
María Gabriela Mata Carnevali is a Venezuelan researcher on International Relations with a focus on the Global South and rule of law. She completed her higher education degrees at El Colegio de México and Loyola University, Chicago (USA) and is currently enrolled in a Ph.D. program at the Università degli studi di Palermo in Italy. María served as a moderator of ICNC’s People Power online course in 2019 and 2020. Her motto is “Stand with human rights. Stand with peace.”
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